martes, 20 de noviembre de 2007

Bálsamo de aguas turbias

Una amiga de la casa (m. de Asbestomanía)posteó unos textos de su autoría que me gustaron bastante. Recién leí uno y me dió gansa de postear uno mío, que escribí hace unos años, pertenece a una serie de textos que pretendían encadenarse cómo novela, cosa a la que nunca llegué. Su personaje central, el hombre extraño vestido de negro debía ser la personificación de una clase particular de mal, debía condensar esa clase de mal por el que la sociedad finge sorpresa aún cuando detrás del velo de toda esa hipocresía, está ocurriendo de modo permanente, tal vez, aunos pocos metros de dónde sea que estemos leyendo (escribiendo en mi caso), ésto. Por otro lado intentaba reflexionar a través de esos textos sobre los mecanismos de defensa que ponemos en juego para soportar el dolor que deviene de vivir en una sociedad que se plantea al otro como competencia, en el mejor de los casos, cómo enemigo casi siempre. Si alguna vez puedo dejar de trabajar y dedicarme a escribir, tal vez lo intente más seriamente. Por el momento, ésto es algo de lo que hay...
Espero comentarios.

Bálsamo de aguas turbias

Rengueando el hombre extraño vestido de negro subió el cierre de la bragueta dorado y no fue hasta darse la vuelta para volver sobre sus pasos que vio esa Chevy blanca y desvencijada, en medio del basural baldío. Los vidrios empañados ocultaban el interior, pero el hombre extraño y vestido de negro escupió, y vio la cara de un niño esmerilado dentro. Se rascó la barba y rengueando, sobre sus botas de cuero negro, se acercó para ver mejor. El niño estaba sólo y en cueros, y miraba al hombre con ojos redondos cómo una vaca, húmedos de sueño aquella mañana. Al bajar la ventanilla de la Chevy blanca el velo esmeril de rocío que cubría la cara blanca y flaca fue bajando como un telón al revés. El hombre extraño vestido de negro que a veces tenía pensamientos negros, pero al salir el sol, más bien, extraños, pensó que si un telón se descorría al revés, es decir en lugar de subir, bajaba, la obra, iba a ser desde el fin, hacia el principio, y de cabeza.
El niño a medio metro de distancia pudo sentir el olor a whisky y a tabaco manar de esa inmensa barba negra y con algunas canas. Le recordó a su padre, el olor, padre enterrado dos metros más allá, por sus pequeñas propias manitos blancas y la pala del baúl. Padre enterrado dos días más allá, por su propia afición a los juegos de naipes entré él y sus peligrosos jefes, de casas blancas y mujeres que no parecían madres, ni putas del todo.
Al hombre extraño y vestido de negro, lo que le disparó un recuerdo, no fue sino el propio niño, que terminó por recordarle a sí mismo, escondido en el antiguo Chrysler del abuelo, huyendo de una furia de cinturonazos y gritos, que su madre llamaba: tu padre.
El chico habló primero, fue quién más rápido dejó de recordar: —Hola— dijo con una voz apenas madurada, en una garganta nueva, de unos once años de vida. El hombre extraño vestido de negro carraspeó una flema dura por todo saludo y sonrió mostrando dientes desparejos y todo lo idiota que implica sonreír por las mañanas. Los insectos molestos ya empezaban a zumbar nuevamente entre las bolsas rotas de basura, bolsas de esos colores horrendos, una nostalgia del color que una vez tuvo la bolsa plegada, y que estirada sólo puede contener basura, por la inmundicia de su aspecto.
Caminaron juntos hacia la orilla cercenada de agua mugrienta del río, el hombre acarreando una pesada motocicleta cubierta de polvo, el niño nada. El sol ya jodía bastante los ojos en la orilla, y el reflejo en el agua lo multiplicaba, lo hacía más fuerte e hiriente. El niño esmeril jugueteaba con una rama corta y el hombre extraño vestido de negro pateaba los guijarros de la costa hacia el agua, la espalda del niño esmeril se veía blanca, suave y fresca por más que el sudor la empapase, el sudor parecía fresco y suave, agua de rocío sobre pétalos de flores, no cómo el sudor agrio y espeso de esos hombres de uniforme en las fronteras, ni como el de las putas gordas de las cabañas linderas a los altos y brillantes vallados metálicos que separaban una nación de otra. Lentamente y cómo jugando un juego de desgano y resaca el hombre extraño y vestido de negro se fue quitando las ropas. El hombre extraño y desnudo de negros tenía unas cicatrices surcando una espalda de músculo marcado y brillante transpiración. Sentado en la orilla el niño esmeril vio sumergirse las horas en el río, y al hombre extraño desnudo de negro con su negra barba más negra por el agua que estancaba en ella, con algunas canas.
El niño entró en el agua abandonando su ropa sobre una mata de arbusto, y su desnudez esmeril, blanca esmeril, un blanco fuera de foco de la mugrienta nieve, se estremeció en lo turbio del agua del río, pero no demasiado lejos de la orilla donde aún se veía el agua bastante transparente, lo suficiente como para distinguirse los pies, como una mancha borrosa. Una ligera llovizna comenzó. Por eso fue que el agua había permanecido tan quieta, tan quieta como pudo haber permanecido con un hombre extraño y un niño esmeril sumergidos en ella, el hombre extraño desnudo de agua, se acercó barriendo el agua con las manos hacia el niño. El niño se arrodilló sumergiéndose hasta el cuello y tomó al hombre extraño por la cintura comenzando a patalear rítmicamente, el hombre caminaba hacia atrás, y el niño así sostenido del cuerpo del hombre conseguía flotar, avanzando ambos lentamente hacia un sector más profundo.
El hombre extraño y desnudo de agua de negro se sintió aquella vez más extraño y más desnudo de lo que nunca había estado al experimentar una erección bajo las turbias aguas, pero esta vez no alcanzó a encontrar ningún pensamiento, cuando el esmeril y luminoso niño de agua se soltó de una mano y comenzó a acariciarle la pierna izquierda, la de la herida de cuchillo, la que a veces se doblaba sola, sin esperar orden alguna del cerebro. Tomó la mano pequeña el hombre grande y la guió hasta ese hervidero de sangre agolpada bajo el río, la esmeril y lenta caricia continuó, el hombre extraño cesó de retroceder, y comenzó a avanzar, hacia la orilla igual de lentamente que cuando retrocedía, hasta hacer su ingle emerger desde las turbias aguas, el niño se colgó de los hombros del hombre, y lo besó en los labios, luego fue bajando por el cuerpo hasta besar el fuego de la inmensa bestia. Tragó lo blanco el blanco, y a lo blanco del día, se lo devoró lo negro.
La mañana despertó al otravezhombrevestidodenegro, aún había fuego entre los troncos secos de la noche. Pensó por un momento, encendiendo una vieja pipa de madera caoba, que debía buscar una iglesia, no para rezar, quién podría creer esas mariconadas con lo jodido que era el mundo, sino para pedir explicaciones. Alguien debía darle explicaciones sobre lo que él no podía dejar de hacer. No tenía importancia que acabase por no creer en la verdad de esas explicaciones, sólo necesitaba oírlas. Porque en el fondo, nadie necesita explicaciones sino abandonar la tensión de la incertidumbre. Las palabras podían ser cómo el bálsamo que vendía ese negro brujo en la carretera que preparaba con el agua de río turbio y mugriento que bañaba las costas de la ciudad, no curaba la enfermedad, curaba otra cosa distinta de la enfermedad que cambiaba el modo de considerarla y por tanto, de sufrirla. El problema siempre es quién va a darnos ése bálsamo y la potencia que éste tenga.
El hombre extraño vestido de negro cruzó la carretera hacia el baldío con el pequeño cuerpo blanco acurrucado entre sus brazos, los insectos comenzaban a volar, el hombre depositó el cuerpito blanco esmeril en el inmenso baúl de la chevy blanca, el día iba a ser nublado. El hombre extraño vestido de negro limpió con unos shortcitos anaranjados de talle 12, sus ensangrentadas manos. Luego cruzó la carretera, y se alejó en su motocicleta.

Etiquetas: , ,