+ desalambramientos
La toma
Mariano Vázquez (ACTA)
17.000 Habitantes. La toma de tierras más grande de la provincia de Buenos Aires. Tal vez del país. 14 cuadras de largo y cinco de ancho. 107 hectáreas. Las familias marcaron los terrenos, todos en partes iguales. Son 96 manzanas, con un delegado cada una.
Olegario Chamorro tiene una vida que necesitaría de tiempo para ser contada. Llegó a la Capital a los 19 años desde Villa Berthet, en el Chaco, buscando trabajo. Se hizo obrero metalúrgico, llegó a ser delegado de fábrica de “una de 1.000 trabajadores”. Con la dictadura de Onganía en el 66, se le entró a complicar, la vida oscura, parecía. Igual se las rebuscó y cuando despuntaba 1970 participó de las primeras tomas de tierras en Ingeniero Budge. Después la mano se puso realmente pesada y quedó como alternativa el exilio; destino: Nicaragua, “en donde estuve en el Frente Sur del FSLN”.
Cuenta: “La toma fue espontánea, no fue organizada, vinimos desde los barrios aledaños: Fiorito, Ingeniero Budge, Villa Lamadrid, Villa La Albertina, Juan Manuel Rosas, Barrio General Paz. Los barrios estaban saturados, las familias crecen Hicimos un censo de la población del barrio y hay 800 familias indocumentadas, bolivianos, paraguayos y peruanos, que hay que regularizar. Cuartel Noveno se le conoce a todas esta zona de Camino Negro, es como un municipio, pero no lo es.
Y sigue:
“Esta historia de la toma no es nueva, ya lo intentamos acá mismo hace mucho, se dice que hace 80 años que los terrenos están en estas condiciones. Somos viejos conocedores de la zona. En los 70 comenzamos a tomar tierras, que hoy son muchos de los barrios que hoy vemos en Lomas. Queremos que el Estado se haga cargo y compre el terreno a los dueños y se los entregue a los ocupantes, así se podrá comenzar el relleno de los terrenos, que son bajos, y la construcción de las viviendas, que será autoconstrucción para que la gente además trabaje: hay albañiles, maestros mayor de obras, carpinteros, albañiles”.
Ha llovido
Barrios en formación, terrenos anegados por las aguas, abandonados por décadas, pero desde Camino Negro y hasta el fondo se ven las casitas de madera, de cartones, chapas, los techos de zinc. Esqueletos de casas. Sembrar un sueño.
El año pasado, el 17 de noviembre. Una mecha encendida por las ganas de ser se convirtió en fuego. Un fuego que quema. Hartos de vivir de prestado, podridos del alquiler que sube mes a mes se vinieron a estas tierras de nadie o de Dios. Si son de Dios, son de todos, ¿no?
Los terrenos tenían dueño o dueños. Unos hermanos. Los Tronconi que ahora reclaman la tierra como suya, aunque hace más de 60 años que está así, desamparada. Ahora piden 60 millones al Estado nacional, que ofertó 14. ¿Tanto valen las aguas estancadas, el hedor nauseabundo, el olor a mierda, las enfermedades expectantes, al acecho?
Camino Negro, Canadá, Ginebra y Arroyo Seco, los límites del nuevo barrio en Lomas, el 17 de Noviembre. En pocos días unas 3.000 familias se acomodaron. Los propios vecinos hicieron un censo, para saber las necesidades, para conocerse, para presentar a las autoridades.
Un derecho se gana. A veces de prepo. Estar junto al otro, saber de madres con niños, saber el desamparo y unirse. Y los que ya tienen pista, casa por casa, vecino ¿y? Nos metemos. Después no hay reculada.
Se metieron. Y ha llovido. Más que barrio, parece una laguna con casillas flotando. Pero están. No están dispuesto a perder eso que es casi nada para quine tiene mucho. Para ellos, para los desheredados, es darse siembra y derecho.
Es “la toma”.
Los invisibles
Una cualidad del poder, es hacer invisible la pobreza, la marginalidad, una larga oscuridad que oculta a los despojados, como si estuvieran signados por un destino que les eligieron y al cual pretenden condenarlos. Pero, como en La Toma, se presiente la raíz de un segmento social que se niega, que pelea duro por dejar de ser un condenado.
Es una forma de resistencia. Y nuestros pueblos de resistencia saben lo heredan desde el nacimiento, un conocimiento que nada será sino un armado artesanal por criar hijos y que esos hijos arañen un destino, un espacio donde crecer.
Ha llovido fuerte
Casitas flotan sobre el horizonte, la tarde les cae y todo queda sin luz, sin agua potable. Una vela. Un farolito. Aguanta. Aguantarán.
Lo sabían. Lo saben. No será fácil pero hay historia, como la de san Francisco Solano y, otros cientos. Tienen las manos, el oficio, las ganas. Y van al paso, primero la fundación. El tiempo traerá, transpirando cada logro, la casa, la escuela, la sala de primeros auxilios. Hace muchos años, generaciones que lo saben. Y ni la dictadura pudo detenerlos.
Ahora unos testimonios
Liliana Espinoza, tienen un hijo de 5 años. Ella es paraguaya, convive con Luis desde hace 13 años. Ella cuenta: “No tenemos servicios, ni los más mínimos para las criaturas. Nación y Provincia se comprometieron a que iban a darnos los servicios porque no tenemos nada y nada. Alquilábamos una piecita de dos por dos en Budge pero estábamos muy apretados, nos aumentaban todos los meses. Por mi hijo prefiero la pieza, porque acá con esta agua, pero ya no podíamos pagar el alquiler, mi marido trabaja en zapatería, pero no hay trabajo siempre. No se puede vivir así. Pero cuando uno quiere algo hay que luchar”.
Liliana Galeano tiene 47 años y tres hijos. No hay hombre. Relata las consecuencias de las lluvias de febrero y marzo en el barrio: “No puedo dormir, desde que tomamos las tierras, no puedo dormir, estoy nerviosa”, explica.
“Hay partes en las que ni se puede entrar, solo quedaron los hombres a cuidar su terrenito. Está estancado, lleno de basura, los desagües cerrados. Limpiamos este zanjón que hacía once años que no se limpiaba, pero paró de llover y el agua no se va, no baja. Han aparecido víboras, ratas, la gente se ha ido hasta que se vaya el agua a casas de sus familiares. No hay asistencia social y nos dijeron que por las lluvias nos iban a trasladar a hoteles. Hace 20 días que nos prometieron eso. Teníamos cinco comedores funcionando, tuvimos que cerrar los cinco por el agua, ya que cocinábamos a leña”. Daniel Chamorro, 44 años, habla con gesto adusto y se toca las sienes con la palma de sus manos: “No nos quiere dar nada, yo no entiendo, no les importa si hay un pibe enfermo, expuestos al dengue, a enfermedades de la miseria, a cualquier enfermedad; parece Tartagal". Hace 30 días hicimos los censos completos del barrio, todas las estadísticas y la llevamos a Nación y Provincia: ni una respuesta. Están estirando esto. Parece que no quiere que nos organicemos, que no haya reclamos, dividirnos. Fuimos a todos lados, golpeamos todas las puertas”. Patricia Fernández, 45 años, cocina carne en una olla al aire libre, mientras su marido Antonio González intenta hacer un sendero hacia la casa que quedó aislada por la lluvia, y dice: “Nos dejaron solitos, nos prometieron tanto y nada, los chicos se enferman, no hay nada”.
Esta mujer es vehemente. Se llama Catalina Agüero, 45 años. Brama: “Mi marido le hizo estos pilares a la casa porque se mojaron todos lo muebles, se me arruinó todo con la lluvia, me quede sin nada. Esta agua me mató. Tuvimos que venir acá porque ya no podíamos pagar el alquiler, estábamos del otro lado de Camino Negro. Hace siete años que vine desde Paraguay”.
Y confiesa:
“Lloré amargamente, sola, por esta situación”.
Lejos, las luces amarillas del Camino Negro, detrás, la ciudad, como si en la noche oscura, se fuera parte de otro mundo, del olvido, de lo que nadie merece. Hay el llanto de un niño que cruje en la noche o el alma.
No hay derecho
Ellos saben que sí hay derechos. Se lo están ganando y los hombres permanecen en esa noche cuidando lo poco que tienen. Aprietan los puños porque no llueva otra vez, un respiro. Las mujeres, los niños, están al resguardo, en casa de amigos solidarios o familiares.
Son muchos, miles. Y están organizados. No les van a torcer el brazo.
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