Salió Hijos del Pueblo N° 18
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Editorial
Miente, miente que algo quedará
Las páginas de la historia (su historia) nos han negado siempre a pesar de que han sido trazadas por nuestra sangre.
Se han dedicado toda nuestra vida a negarnos, pero desde que las bolsas del gran imperio comenzaron a caer desencadenando una nueva crisis que somos testigos de un desfile de mentiras muy particular. Que todo va bien, que el empleo aumentó, que la producción no se detiene, que los salarios no caen (y para los docentes ¡Suben a 3020!), que no hay despidos, vacaciones forzadas, recortes de turnos, fábricas cerradas. Nada de esto ocurrió. Nosotros, los que padecemos todas estas consecuencias de la debacle de los grandes capitales, nunca existimos en sus programas electorales. Nosotros, siempre amordazados por el consenso y anulados por la represión, seguiremos cosechando miserias de las promesas que siembran en nuestro pueblo aquellos que solamente tienen interés de favorecer a quienes nos explotan. Mientras nosotros somos separados de nuestra fuente de trabajo, de nuestro sustento, ellos se dedican a subvencionar a esas grandes empresas que nos hambrearon siempre y que fueron quienes generaron este nuevo ciclo de crisis.
Ya reacomodados sus puestos en las bancas del Estado podemos ver los resultados, los mismos de siempre. A quienes han tenido la buena idea de enfrentar a la derecha y a todas sus políticas nefastas desde el parlamento les damos la mala noticia de que no les ha funcionado. Nosotros no queremos sentarnos a discutir cómodamente con ellos, ni invitaríamos a nadie a hacerlo. Creemos que los oprimidos y explotados solamente han podido resistir a las avanzadas reaccionarias cuando se han levantado juntos contra ellas, desde abajo, construyendo organizaciones que no conciliaban con los explotadores ni daban el brazo a torcer a los represores.
Ahora ellos han avanzado sobre sus puestos de poder y nosotros solamente nos hemos dedicado a jugar su juego.
Desde los medios continúan practicando el miedo. Desde allí siguen omitiendo todo el flagelo que ellos articulan sobre nuestras espaldas, todos los muertos que ellos cargaron consigo, para volver a echarnos la culpa a nosotros de todas las miserias del mundo. Sin hablar de la inseguridad de los que atraviesan las noches densas de la precariedad, acechados por la amenaza del hambre y la imagen de las panzas crujientes de sus hijos, instalan en los barrios sus destacamentos y lanzan sus tropas a una morbosa cacería de pobres.
El caso de Luciano Arruga (un joven de un barrio humilde que fue desaparecido por la policía que habían instalado los vecinos del barrio Lomas del Mirador en su reclamo por mayor “seguridad”) es emblemático pero es solo uno entre miles. ¿Cuántos barrios pobres militarizados, cuántas familias desalojadas, cuántos jóvenes muertos necesitan para proteger sus bolsillos holgados? ¡El único crimen aquí es su opulencia! y esta es asegurada por medio del asesinato a manos de la policía y la gendarmería y tantas otras mierdas de las fuerzas del “orden”.
Así, aunque ellos se cubran su cara con una aséptica benevolencia, sabemos que lo único que vienen a gestionar son nuestros futuros muertos. Los muertos que nos tocará doler después, a esos compañeros que nos los han tirado en la calle tras haberlos matado por reclamar la vida digna que eternamente nos niegan. Esos compañeros hoy son bandera porque “la reivindicación de los muertos es una exigencia de la vida”, especialmente si en ellos reconocemos a un compañero con quien hemos extendido la solidaridad en la calle, alguien con quien continuar una lucha.
Pero también están los muertos anónimos, los que sabemos que mueren pero no los conocemos, los que mueren todos los días en los márgenes donde comienza el hambre y el garrote. A ellos es más extraño dolerlos, porque son como una muerte incierta, que acecha agazapada en cualquier parte, pero especialmente en los fondos de nuestras mentes porque sabemos que aunque es una muerte ajena es en algún punto muy íntimamente propia: “eran gente que se las rebuscaba como yo”.
Y esto nos lleva a los otros muertos, a los que no tienen acceso a la vida, los que disfrutan todos los días esta miseria a la que algunos desorbitados tienen el descaro de arrimar la palabra “socialismo” (y ojo, que es del siglo XXI); los muertos que tienen la suerte de vivir para las jornadas de 8, 12, 16 horas de explotación… nosotros, los que solo viven para que otros vivan de ellos; los que viviendo nos morimos.
Nosotros porque sabemos de muertes amamos la vida. Pero no nos tragamos la vida mediocre (y gracias que es vida) que ellos dicen que nos merecemos. Amamos la vida que se deja entrever entre cada momento de lucha, ese momento en el que estamos a punto de conquistar un pedacito más de pan, de vida, de libertad, de libertad forjada en la solidaridad de toda la clase.
Por eso en estas horas en las que ellos avanzan a costa de negarnos, en todos los más nefastos sentidos de la palabra, vayamos juntos paso a paso por el todo ¡Hasta que vivir valga la pena!, ¡Libres o muertos!
¡Salud y anarquía!
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