miércoles, 15 de agosto de 2007

A cien años de la Huelga de los Inquilinos x Ana María Ramb (*)

(publicado en Red Eco Alternativo)

De palacetes y conventillos

En 1871 estalla en Buenos Aires la epidemia de fiebre amarilla. La oligarquía abandona sus casonas de cuartos innumerables, como los conventos, y se va de San Telmo al Norte de la ciudad: a La Recoleta o al Retiro; o bordea la ribera del río hasta San isidro, donde construye palacetes de estilo europeo. Sus grandes casas abandonadas en el Sur permanecerán vacías algunos años, aunque no demasiados.

De los barcos comienzan a bajar en el Puerto oleadas de cientos de miles de trabajadores corridos de Europa por sucesivas hambrunas. Traen en mochilas y valijas sus modestísimos ropas y enseres, más un montón de sueños y expectativas. América, piensan, es tierra de paz, y en la Argentina hay trabajo y no falta el pan.

Nuestro país necesita de esas gentes para atender su papel en la división mundial del trabajo, dispuesta por el capitalismo en su ya iniciada etapa trasnacional. La capital absorbe la mitad de los inmigrantes venidos del Viejo Mundo; pero no tiene donde alojar a esos trabajadores que quieren aportar su trabajo honesto al progreso de la Argentina y, como ciudad, va perdiendo “tamaño” o “escala” humanos.

En lugar de implementar un plan de viviendas populares, los señorones que viven en los barrios copiados a la realeza europea, recuerdan las desocupadas y decadentes casonas del Sur y, siempre atentos a la ley de la mayor ganancia, ven el negocio. Uno de los negocios más rentables de la época.
Mandan poner tabiques en las grandes habitaciones, y de cada una hacen cuatro. Nacen entonces los conventillos. En el barrio de La Boca, sobre terrenos anegables, levantan casas de madera y chapa; otro tipo de conventillos, pero conventillos al fin, sin los beneficios del agua corriente ni del alumbrado público. Casi el 90% de esas familias obreras vivirán en una pieza, y si la pieza es grande, serán obligadas por el “casero” (personero de los dueños del conventillo) a alojar hombres venidos en soledad, a la espera de poder traer la familia que ha quedado en la aldea natal. El hacinamiento es dramático.


“Donde el barro se subleva”

En 1898, Adrián Patroni, militante socialista y autor de Los trabajadores en la Argentina, informaba que eran pocos los conventillos que albergasen menos de 150 personas. Ya antes, en 1880, había en Buenos Aires 1.770 conventillos. Como paradoja, los hombres de la Generación del 80 se escandalizaban ante esa arquitectura de la pobreza que ellos mismos habían levantado, como eran también responsables de las pésimas condiciones de vida que ahí se desarrollaban.

Alberto Morlachetti encuentra el huevo de la serpiente del prejuicio en intelectuales de la oligarquía. El pensador católico Santiago de Estrada escribe en 1889: “El conventillo es la olla podrida de las nacionalidades y las lenguas. Para los que lo habitan parecen dichas aquellas palabras: entran sin conocerse, viven sin amarse, y mueren sin llorarse. En ellos crecen, como mala hierba, centenares de niños que no conocen a Dios, pero que dentro de poco harán pacto con el diablo. Carecen de la luz del sol, y se desarrollan raquíticos y enfermizos, como las plantas colocadas a la sombra carecen de la luz moral, y se desarrollan miserables, egoístas, sin fuerzas para el bien”.

Julián Martel, periodista especializado en Economía y autor de la novela La Bolsa, condena desde sus páginas a los “judíos invasores” y los responsabiliza de una de las cíclicas crisis del capitalismo mundial. En cuanto a Eugenio Cambaceres, autor de las novela Sin rumbo y En la sangre, reprueba a los italianos porque tienen la “rapacidad de los buitres”. En resumen, que los recién llegados, ya con hijos nacidos en la Argentina, son para los escritores de la clase hegemónica “la chusma”. Por su parte, Miguel Cané alerta sobre “la ola roja”, y en 1902 logra que el Congreso Nacional apruebe su proyecto, que será la Ley de Residencia, la aborrecida Ley Nº 4144. Hay atropellos, razzias, allanamientos de domicilios, cientos de obreros embarcados a sus países de origen por oponerse a la explotación y organizar la lucha por sacar a los trabajadores de la miseria y la explotación en la que están sumergidos.

El 1º de mayo de 1904 se organizan dos manifestaciones. En Plaza Lorea una nutrida columna se pone en marcha a las dos y media de la tarde, encabezada por mujeres obreras y sus niños. Tienen como meta la Plaza Mazzini, y los convocan los anarquistas. De Constitución sale otra columna, encabezada por los socialistas; son 20 mil las personas que desfilan durante 40 minutos por Avenida de Mayo, para culminar en Plaza Colón. Entre tanto, en Plaza Mazzini se desata la represión. Caen muertos dos trabajadores, y son heridos otros 18, todos de bala. Hay 6 policías contusos. Ambos sectores de izquierda se pondrán de acuerdo para convocar a una huelga general.


Las escobas se levantan

Frías, muy frías las madrugadas de agosto de 1907. Cuando los moradores de los conventillos, toda gente de trabajo, o duermen, o ya se preparan para ir a sus tareas, son sacados de sus precarias habitaciones por la fuerza. Primero es una la metralla de agua helada disparada a fuerte presión por los bomberos. Después es la policía, dirigida por su jefe, el Coronel Ramón Falcón. Los anarquistas organizan campamentos para los desalojados, y el gremio de los carreros transporta sin cargo sus muebles y cacharros.

Pero todavía el poder y sus aparatos represivos no imaginan que se producirá un hecho inédito en la historia de las luchas populares de la Argentina. Sus protagonistas serán las mujeres con sus niños. La consigna: resistir. Resistir el alza de alquileres y las maniobras de desalojo. Y aun irán por más: eliminar los tres meses de depósito, mejorar los servicios sanitarios. Porque si antes del aumento, los alquileres se llevaban el 30% del salario, ahora se van a llevar el 50%; ya no se puede vivir. El costo de una humilde habitación porteña es ocho veces mayor que en Londres o en París.

En el llamado “los Cuatro Diques”, conventillo de la calle Ituzaingó Nº 279 en el barrio de La Boca, a escobazo limpio sacan a los leguleyos y policías que pretenden arrancar a la gente de su casa. Los rebeldes no van a pagar el alquiler, así de simple. Aquellas mujeres que con sus hijos encabezan la revuelta marcan sin saberlo un hito en las luchas populares, porque el ejemplo de La Boca se multiplica. Se extiende de inmediato a San Telmo y a otros barrios, y no sólo a los periféricos de la ciudad (Avellaneda, Lomas de Zamora), sino también a otras ciudades, como Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza. Los propietarios y el gobierno no pueden creerlo. Por ejemplo, de los 500 conventillos porteños en rebeldía, se llega en setiembre a los 2000. En el llamado las “14 provincias” (el número de las que conformaban el país, junto con los “territorios nacionales”, porque sus moradores eran en su mayoría provincianos), la policía bajo las órdenes directas de Falcón es repelida con escobas y agua hirviendo. Y trescientos niños desfilan por La Boca, cuna del levantamiento, con escobas en alto, según informa la revista Caras y Caretas en setiembre de ese año.


De vecinos a ciudadanos

La estrategia tendría en total la adhesión de 100 mil personas, de familias obreras, quienes para enfrentar los desalojos de sus precarias viviendas y defenderse de la injusticia del poder, utilizan un ícono de la limpieza hogareña. Mabel Belluci habla de un vertiginoso pasaje: de vecinos a ciudadanos. En tanto los hombres (y las mujeres con trabajo asalariado) van arraigando su identidad social y su pertenencia al nuevo país en fábricas y talleres, el resto de las mujeres queda al cuidado de los niños pequeños, y son las que sostienen el día a día.

Para ellas es el hogar y es el conventillo el pequeño territorio donde, a través de los vínculos de convivencia, se arraiga una nueva subjetividad. Porque en ese microcosmos se comparte el baño, y sobre todo la cocina y el patio, que a veces no es uno, sino dos; allí juegan todos los chicos, mientras en el aire se entremezclan los aromas de las variadas cocinas: el locro criollo, el churrasco porteño, la pasta “al pomo d’oro” italiana, el azafrán y el pimentón español, el “gefilte fishe” de los judíos, el vaho del café con borra de los árabes. Y sí como se mezclan los aromas, conviven las culturas y se responden las voces en distintos idiomas, que enriquecen el castellano rioplatense. A la vez, se van entrelazando alianzas y solidaridades. Y se intercambian las memorias de las luchas populares en la vieja Europa, que eso también viajó en algún rincón del equipaje.

A menudo, cada habitación es lugar de trabajo, además de hogar. La sala que da a la calle suele ser la vivienda-taller de los sastres. En otras piezas, hay mujeres que trabajan a destajo en la costura; o son lavanderas en las piletas de los patios, y saldrán después a la calle con el atado de ropa limpia y seca, en equilibrio sobre la cabeza, para cobrar unos pesitos que engorden el presupuesto. De alguna manera las mujeres de los conventillos intuyen lo que años después dirá Bertolt Brecht: Mujer, fuera de tu cocina se decide qué pondrás en la olla. Y tanto es así, que el exagerado aumento en los alquileres resulta de un impuesto inmobiliario que empezará a regir desde 1908. Los oligarcas, siempre previsores, se curan en salud, y ya en 1907 aplican un aumento preventivo a sus inquilinos.

Reprimida a sangre y fuego, la reacción contra la rebeldía se cobra una víctima en Miguel Pepe, de apenas 15 años, orador de la Huelga. Se le había oído decir: Barramos con las escobas la injusticia de este mundo. La policía entra en el conventillo donde vive, y lo fusila a la vista de los vecinos. Su féretro es llevado en vilo por ocho mujeres, que se van turnando de barrio a barrio; el cortejo fúnebre que llega a la Chacarita está encabezado por unas 800 mujeres, seguidas de 5.000 trabajadores.

El doctor Luis Agote, diputado conservador, casi fuera de sí se pregunta qué hacer con esos niños de las marchas y las resistencias, y afirma que hay entre 10 y 12 mil niños “vagabundos”. Y se responde así: Hay que recluirlos en la isla Martín García. No lo consiguió, pero fundó el Patronato Nacional de Menores Abandonados y Delincuentes. Chico que andaba por la calle, terminaba encerrado.
La huelga se intensifica, y el gobierno aplica la Ley de Residencia.

Juana Rouco Buela, una libertaria

Si las mujeres proletarias estaban al frente de la Huelga de las Escobas, en la organización estuvieron las mujeres libertarias.

Una de sus líderes fue Juana Rouco Buela. Nacida en Madrid en 1889, tiene apenas 18 años cuando la huelga. Llegada a la Argentina en 1900, casi analfabeta, ya tiene clara conciencia de clase. Trabaja como planchadora, y se forma en las conferencias de la FORA del V Congreso. Sigue a los discípulos de Enrico Malatesta y Pietro Gori, y la frecuentación de la FORA y de sus materiales de biblioteca hace de ella una experta lectora. En 1905, a los 16 años, Juana es delegada por los trabajadores de la Refinería de Azúcar en Rosario.

En 1907, con Virginia Bolten, María Collazo y Teresa Caporaletti, organiza en Buenos Aires el Centro Femenino Anarquista. En forma paralela, en Rosario se funda el Centro Femenino Anarquista Luisa Michel, en homenaje a la revolucionaria francesa que participó en la Comuna de París en 1871.

Es dable suponer que en su práctica de la oratoria, Juana Rouco haya recibido el consejo y orientación de Virginia Bolten, llamada la “dama de la barricada” por su discurso vigoroso y convincente, sobre todo a partir de 1890, durante la jornada recordatoria del 1º de Mayo. Juana Rouco Buela y María Collazo son oradoras durante la marcha masiva organizada por el comité de esta ya histórica Huelga de los Inquilinos.

El gobierno aplica la Ley de Residencia para expulsar a las dirigentes anarquistas por su condición de extranjeras. Bolten y Collazo, uruguayas, y Rouco Buela, española, son deportadas a sus respectivos países.

Dice Juana en sus memorias:
A los dieciocho años, la policía me consideró un elemento peligroso para la tranquilidad del capitalismo y el Estado. (Historia de un ideal vivido por una mujer, Editorial Universidad del Sur, 1964).
Juana vuelve como polizón a Brasil y, disfrazada, pasa al Uruguay. De allí, a nuestro país. En 1917 (gobierno de Hipólito Yrigoyen) obtiene la ciudadanía argentina.


Nuestra Tribuna

El 15 de agosto de 1922 con unas veinte mujeres, Juana Rouco Buela fundó en Necochea Nuestra Tribuna- Hojita del Sentir Anárquico Femenino, a fin de expresar y difundir el pensamiento de la mujer libertaria, a nivel internacional. La mesa de redacción estaba constituida por un pequeño pero firme, audaz y comprometido grupo editor. Constaba este quincenario de cuatro hojas, escritas siempre por “plumas femeninas” y tuvo tres sedes: la fundacional, luego Tandil y al fin Buenos aires, donde se editaron los tres últimos números. Las primeras tiradas eran de 1.500 ejemplares, pero pronto tuvieron que editar 4.000. Se distribuía por tren a toda la Argentina, y también a algunos países de América; incluso llegaba a Europa y Estados Unidos, gracias a “un compañero marino” mercante. Se conseguía en los kioscos, y así por tres años. Hasta que publicaron un articulo en defensa de Kurt Wilkens, autor del atentado contra Ramón Falcón, y fueron perseguidas. Las editoras de Nuestra Tribuna han visto en en la acción un acto heroico, y cierran su columna con estas palabras: Que la sanción popular aplique también la Ley del Talión. ¡Ojo por ojo, y diente por diente!

A contrapelo de los folletines al uso de la época, Juana Rouco y sus compañeras abogaron por una maternidad “responsable” y por la unión libre; denunciaron los abusos de la Iglesia y, estrictas al máximo, condenaban el fútbol y el Carnaval, porque los consideraban actividades distractivas del estudio y la lucha.

La investigadora Elsa Calzetta quiso recopilar los números de Nuestra Tribuna, y comenzó su trabajo mediante entrevistas; rastreó las huellas de la publicación en la FLA, y tuvo que completarla en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde están todos los números microfilmados. En una de sus páginas, dicen las editoras: Pensamos que el periódico es un arma y la esgrimimos. ¡Ardua tarea! Empuñar la pluma, nosotras que nunca pisamos ni cruzamos el aula de ninguna universidad, y que somos solamente proletarias, hijas del hambre y la miseria.

Juana Rouco Buela, gran militante anarco-sindicalista, murió en Buenos Aires en 1960. Las historiadoras Dora Barrancos y Mabel Belluci suelen recordar su lucha.

A cien años de la Huelga de los Inquilinos, los trabajadores argentinos buscan reapropiarse de las conquistas perdidas en épocas pasadas. Sobre todo hoy, que tantas familias ven peligrar su techo. Rendir homenaje a la lucha de las mujeres y niños en la Huelga de las Escobas de 1907 ayuda a recordar y reconocer las fuerzas potenciales que están en las clases populares.

(*) Periodista, escritora y docente. Buenos Aires-Argentina

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2 Comentarios:

Blogger Tan exacta como dos y dos son tres... dijo...

Mirá vos che, siempre se aprenden cosas nuevas...copado el articulete

Estuve reojeando tu blog, esta bueno. Igual, los cibernautas tienen q ponerse media pila, deberían hacerte más comentarios!

Comparto tu interes por lo que está sucediendo con el BAUEN

Saludirijillos can,
Gracias x visitar mi blog
Lau (no me gusta q me digan laurita, jo :-D)

PD: viste q se abrió un foro de sociales? q te pareció? creo q la dire es www.socialesforo.com.ar
(creo, q es esa, mucho no recuerdo)

16 de agosto de 2007, 21:20  
Blogger Perro Negro dijo...

No ví el foro, mañana lo veo. Vengo de Savransky quemadísimo.
Y yo te puedo decir a vos Laurita porque soy graaaaaaaande (de edad)

Gracie por venire.

Salute!

16 de agosto de 2007, 23:21  

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