sábado, 4 de agosto de 2007

El Callado

A Juan Gelman

Le advirtieron que hablara. Lo intimaron. Dijo:

Lo que callo es de arena.

Lo que yo nunca digo es un aroma que ha podido tatuarme.

Sin mucho esfuerzo puedo callar una estación entera, un

modo de nevar.

Mi boca guarda el humo de un disparo en una noche de 1976.

Soy un hombre que vive de callar.

Espesuras de ciego que lamen los recuerdos

Me visita mi padre (una foto movida le cubre el esqueleto).

Callo un tren enredado en las líneas de una mano que estuvo

entre las mías. Bandadas callo.

La procesión de San Silverio reflejada en el agua, sus botes

de colores.


Afilaron cisaña, chamuscaron su sombra en las paredes.

Y él les dijo:

Callo algún bar, algún cielo de espuma, ojos de marineros en

bandejas plateadas para los muslos de la vitrolera, única tierra firme.

Lo que yo nunca digo es una noche, ese terrón despedazado a

besos, y un tigre de bengala alrededor de un cofre y en el cofre:

comparsa en Bahía Blanca, una carroza hundida en salitrales.

Es un aceite hirviendo que callo.

Es un hijo que recorre saltando las piedras de mi voz.

Muchas horas del día paso en eso. Dala que dale.

Es un color que si lo miro es otro.



Lo amenazaron fiero, lo maltrataron, dijo:

Yo no cierro la boca, yo callo cada brazo, cierro

el pelo, las uñas, disuelto estoy en la respiración de

alguna madre.

Al silencio hay que hacerlo, acunarlo, vestirlo.

En una soga gruesa cuelgo la ropa limpia, voces de una

una mujer nacida en Drinicí.

Para sobrevivirla callo una selva entera.

Busco aullidos de mono en caracoles, una perla enterrada

en un ají.

A ratos logro que me pierda el tiempo.

Cuando alguien calla, el mundo se divide: es éste y otro,

se hace dos para siempre.



En la radio hay un himno de orines y una noche de trapo.

Le dieron otra chance, la última. Él les dijo:

Fabrico lo que callo: huesos de algún perfume, una

almohada de polvo.

Con metales secretos elaboro una tela, fina, suave

(la voz de Billie Hollliday en "Tenderly")

No es memoria. Tampoco es omisión. Yo no sabría explicarlo.

No es mutismo, no es eso. Es un cuento que empieza en el final.



Lo que yo nunca digo son cuatrocientos indios mirando

la cabeza del jefe Lloriqueo clavada en una estaca.

Lo que callo y olvido me habita de otro modo.

Escucho la caldera: la nostalgia trabaja, las mandíbulas,

las lágrimas trabajan, el turbión, los zapatos crepitan

y cada espejo dinamita un rostro.



Ahora lo que se dice, no vale una palabra de

todas la que él calla.

El suelo está en el suelo, el hombre está en el hombre.

Agujeros que se comen el aire recuerdan una cara

que se tragó la cara.



Le advirtieron y dijo: "lo que callo es de sangre".



Jorge Boccanera


De: Bestias en un hotel de paso


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