Más de J.G. Ballard ( "Dejar que hable el pasado" 2da Parte)
(Viene del post anterior)
James Runcie, director del filme Bookmark, de BBC-2, me aguardaba. Lo saludé con la frase que había ensayado en el vuelo desde Londres y que me sugirió una novela de Conrad sobre el comerciante europeo que se vuelve loco por un África impenetrable: "Hola, James. El señor Kurtz regresa al Corazón de las Tinieblas." El problema era que el señor Kurtz llegaba sin equipaje, o al menos sin el tipo de equipaje que se suele llevar en mano. Unos minutos antes, me había detenido junto a la cinta transportadora atestada de gente, y uba vez que las maletas hubieron desaparecido me encontré solo frente a la cinta que rotaba misteriosamente.
¿Estaría el traje de plantador de té, mi "vestuario" para la película, camino de Caracas, Honolulu o incluso Darjeeling? Por suerte, el señor Gao y el señor Zhung, de la televisión de Shanghai, tomaron la iniciativa y se encargaron del asunto. Extraordinariamente eficientes, mandaron varios télex al aeropuerto de Hong Kong, y mi maleta llegó en el siguiente vuelo a Shanghai. Les di las gracias, y recordé que antes de la guerra uno de los baúles de mis padres había aparecido un año después de que atracara el crucero de la compañía P & O.
A medianoche llegamos al Hilton de Shanghai, una torre de cuarenta pisos en la antigua avenida Haig. Las luces borrosas de la calle, los árboles que transpiraban y el airede microondas parecían ser los de una ciudad subtropical, y aún no estaba seguro de que había vuelto a la Shanghai que conocía. A la mañana siguiente, cuando miré por la ventana desde mi habitación del piso treinta, estaba menos convencido todavía. Al igual que Londres en los años treinta, Shanghai había sido una ciudad baja. Pero la Shanghai que veía desde el Hilton era un panorama de inmensas alturas que se extendían desde las zonas industriales del norte, en Chapei y Yangtsepu, hasta Lunghua en el sur. (continúa...)
James Runcie, director del filme Bookmark, de BBC-2, me aguardaba. Lo saludé con la frase que había ensayado en el vuelo desde Londres y que me sugirió una novela de Conrad sobre el comerciante europeo que se vuelve loco por un África impenetrable: "Hola, James. El señor Kurtz regresa al Corazón de las Tinieblas." El problema era que el señor Kurtz llegaba sin equipaje, o al menos sin el tipo de equipaje que se suele llevar en mano. Unos minutos antes, me había detenido junto a la cinta transportadora atestada de gente, y uba vez que las maletas hubieron desaparecido me encontré solo frente a la cinta que rotaba misteriosamente.
¿Estaría el traje de plantador de té, mi "vestuario" para la película, camino de Caracas, Honolulu o incluso Darjeeling? Por suerte, el señor Gao y el señor Zhung, de la televisión de Shanghai, tomaron la iniciativa y se encargaron del asunto. Extraordinariamente eficientes, mandaron varios télex al aeropuerto de Hong Kong, y mi maleta llegó en el siguiente vuelo a Shanghai. Les di las gracias, y recordé que antes de la guerra uno de los baúles de mis padres había aparecido un año después de que atracara el crucero de la compañía P & O.
A medianoche llegamos al Hilton de Shanghai, una torre de cuarenta pisos en la antigua avenida Haig. Las luces borrosas de la calle, los árboles que transpiraban y el airede microondas parecían ser los de una ciudad subtropical, y aún no estaba seguro de que había vuelto a la Shanghai que conocía. A la mañana siguiente, cuando miré por la ventana desde mi habitación del piso treinta, estaba menos convencido todavía. Al igual que Londres en los años treinta, Shanghai había sido una ciudad baja. Pero la Shanghai que veía desde el Hilton era un panorama de inmensas alturas que se extendían desde las zonas industriales del norte, en Chapei y Yangtsepu, hasta Lunghua en el sur. (continúa...)
Etiquetas: Libros
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