domingo, 30 de agosto de 2009

El sacerdocio de la revolución


Los Buenos Sacerdotes a las Afueras del Templo
Una aproximación alternativa a la praxis libertaria desde la teoría sistémica y elementos del postestructuralismo

Colectivo Sin Nombre
Red Libertaria Popular Mateo Kramer
Cátedra Libertaria – Agosto 21 de 2009

A primera vista, el uso de una metáfora bíblica para el análisis de prácticas libertarias, de ruptura con el capitalismo como modo de producción y forma de organización social, podría parecer contradictorio. Sin embargo, algunas de estas prácticas de ruptura con el sistema hegemónico han dejado de ser verdaderas fuentes de presión, y se han convertido en formas de acción que, definidas a partir de una negación, se constituyen en hábitos fácilmente funcionalizables por el sistema. Y aún así, se han caído en formas puristas de pensamiento y de praxis, en donde quienes ejercen estas acciones libertarias se alzan como sacerdotes, en las escaleras de un gran templo, ufanándose de cuán rectos, puros y, en este caso, libertarios y anticapitalistas son.


Por ese motivo, creemos necesario hacer una revisión de la forma en la que las prácticas libertarias entran en relación con el sistema al que, en un principio, pretenden desestabilizar. Buscamos hacer una aproximación a una forma de construcción libertaria alternativa, con miras a abandonar acciones que, lejos de constituir una amenaza al sistema, devienen prácticas controlables, definidas a través de lógicas del funcionamiento capitalista.

El sistema capitalista: Operación, funciones y entorno caótico

Hay que empezar con la definición de capitalismo, aplicando principios básicos de la teoría sistémica desarrollada por Niklas Luhmann: un sistema se define como la interrelación de elementos que cuentan con una operación definida que les brinda cohesión y clausura frente a un entorno caótico. Esto se da en la medida en que este entorno establece formas de relación no aceptadas ni establecidas dentro del sistema como vínculo entre sus elementos. Todo esto se da para generar una diferenciación entre sistema y entorno: “A los sistemas se les designará como formas, a las formas como diferencias, y a las diferencias se les reconocerá por el modo de operación que produce y mantiene la diferencia sistema/entorno” . En otras palabras: la operación dentro del sistema, el vínculo que identifica y relaciona a los elementos sistémicos de un entorno caótico e indefinido, cargado de incertidumbre, es vital para la definición y la cohesión del sistema, precisamente al determinar la línea entre un adentro y un afuera, entre relaciones y elementos aceptados y no aceptados y, en últimas, entre lo inteligible y lo ininteligible.

A partir de esta capacidad operativa al interior del sistema se generan círculos de autorreferencia. Éstos permiten la creación de un código binario de comunicación entre los elementos que, en general, opera como elemento cohesionador y simplificador de las relaciones intrasistémicas. Esto significa que la autorreferencia le permite al sistema establecer relaciones en sus propios términos, como vínculos convencionales de fácil entendimiento y apropiación.

Esto nos muestra la importancia que tiene la comunicación dentro del sistema, pues es un factor vital en el establecimiento del código binario, herramienta básica de la diferenciación sistema/entorno. En la medida en que se desarrolla una forma comunicativa única, un lenguaje común, si se quiere, la operación y la relación entre los elementos del sistema se hacen más sencillas y entendibles.

Al mismo tiempo, el entorno va generando presiones que amenazan la clausura del sistema, al intentar vulnerar sus límites e introducir el caos dentro de unos elementos con un orden y un lenguaje claros, distintos y establecidos de forma deliberada. Por caos, en ese sentido, debe entenderse la introducción de elementos nuevos y de formas de relación ininteligibles para el sistema, que logran desestabilizar las lógicas operativas iniciales al escapar de la capacidad única de identificación del código comunicativo.

Es por eso que el sistema desarrolla funciones específicas, que permiten confrontar estas presiones generadas por el entorno y reducirlas para eliminar la amenaza de lo desconocido. Así, las presiones son funcionalizadas, y el sistema se fortalece y gana complejidad en la medida en que es capaz de incorporar a sus círculos autorreferenciales estas presiones del entorno.

Estos dos procesos paralelos, la clausura operativa y la apertura funcional, están atravesados por una característica adicional: la autopoiesis del sistema, que supone la capacidad de éste para crear nuevos elementos a partir de sus producciones comunicativas propias: “Siempre que existe comunicación se forma sociedad, así como al revés: la comunicación no puede acontecer nunca como acontecimiento solitario, sino sólo anticipando y reproduciendo en forma recursiva otras comunicaciones, por tanto, sólo en sociedad” . ¿Esto qué significa? Básicamente, que la comunicación interna del sistema construye cadenas en donde las lógicas de operación y funcionamiento se reproducen a partir de la creación de nuevos acontecimientos comunicativos y, en ese sentido, de nuevos elementos que le van dando mayor complejidad al sistema. Pero este proceso sólo se puede dar a partir de la creación de estos acontecimientos de comunicación, lo cual hace necesaria la interacción de los elementos del sistema para garantizar su reproducción.

Ahora: ¿Esto cómo se traduce esto en términos del capitalismo contemporáneo? Si lo consideramos como un sistema, el capitalismo hace tiempo que abandonó la esfera económica como ámbito de referencia y definición. El alcance y la profundidad de las relaciones sociales que el capitalismo ha establecido incorporan elementos de diversos sistemas. En términos de Luhmann, esto supone un proceso de interpenetración sistémica, en donde a partir de la convergencia de varias lógicas operativas y funcionales de varios sistemas definidos, se crean nuevas producciones sistémicas que incorporan estos elementos múltiples.

El capitalismo, en ese sentido, supone una forma de establecer y comprender las relaciones sociales a través de un vínculo muy particular: el consumo, como factor determinante de la forma en la que lxs individuxs entablan relaciones entre ellxs y su entorno particular. No se debe entender el consumo únicamente como el acto específico de comprar un bien o un servicio en el mercado; actualmente, las relaciones construidas sobre el consumo suponen prácticas cotidianas que afectan nuestras acciones y nuestras consideraciones culturales, simbólicas e ideológicas, por encima de una decisión particular individual.

Además, el consumo opera como un vehículo del código binario que define la pertenencia al sistema y la inteligibilidad de sus prácticas. Las prácticas de consumo son, a su vez, actos comunicativos que determinan que individuxs tengan elementos de identidad y de relación con los círculos autorreferenciales.

Alrededor del consumo se crean una suerte de grupos sociales, determinados por producciones valorativas que encasillan a lxs sujetxs en un círculo vicioso, en donde todo objeto, práctica o idea puede ser vendida de una u otra forma, y la participación, consciente o inconsciente en estos círculos, permite la identificación con estas escalas valorativas y, consecuentemente, el posicionamiento social en términos individuales y colectivos. Esto ha trascendido incluso al ámbito político, en donde las producciones discursivas terminan por crear ilusiones que son vendidas a un público que elige, entre una increíble variedad de opciones, a las nuevas cabezas de un sistema que, lejos de mutar, profundiza los lazos de dominación y opresión. Actualmente, lo que se conoce como marketing político no es otra cosa que consumismo político.

En ese sentido, muchas de las prácticas libertarias que vemos en la actualidad se definen como una negación a la relación operativa del capitalismo. Esta negación se da en cuanto las iniciativas surgen sin una forma organizativa específica que permita construcciones alternativas, y la única definición con la que se cuenta es la oposición al sistema. El consumo, en términos amplios, es el enemigo a combatir. A partir de ese punto, se generan rompimientos específicos en distintos eslabones de las cadenas productivas de bienes, servicios, valores, discursos y símbolos.

Estas prácticas, determinadas únicamente por su rechazo al habitus capitalista construido alrededor del consumo, son fácilmente funcionalizables por el sistema, en la medida en que requieren de la existencia de las relaciones sociales enemigas para su definición, su puesta en marcha y, en últimas, su éxito aparente. Esto se da porque se inscriben dentro del mismo código comunicativo que reproduce los elementos de la dominación. El rechazo al lado del “sí” del capitalismo, y la afiliación a un “no” generalizado a la cotidianidad de las prácticas libertarias, termina por continuar con el código binario de consumo.

No estamos criticando a las formas de ruptura en sí. La destrucción de las formas cotidianas de relación creadas alrededor del capitalismo es, a todas luces, necesaria. Sin embargo, sin un proceso consciente de construcción paralela de alternativas de organización social, este proceso de destrucción resulta vacío e incluso contraproducente, pues deriva en la complejización del sistema a partir de la funcionalización de los rompimientos. El planteamiento de las rupturas en el mismo código comunicativo que el del sistema es lo que facilita que prácticas definidas como una negación se conviertan en acciones funcionales. Es por eso que debemos abogar por una construcción afirmativa de rupturas contrasistémicas.

Sacerdotes, sacralizaciones, utopías monolíticas y otros demonios

Las utopías creadas por la modernidad -entre ellas el anarquismo- han formulado un modelo de sociedad a priori. En otras palabras, desde un asiento teórico específico, bajo condiciones sociales determinadas, cada teórico ha modelado una estructura social y de ordenamiento de las relaciones de lxs individuxs. Por supuesto, esto no es para nada condenable. Lo preocupante es que las prácticas libertarias contemporáneas asuman estas condiciones sociales como propias, como características atemporales.

Los pensadores decimonónicos establecieron pautas de sociabilidad y de ordenamiento, como los roles de género, las relaciones productivas y jurídicas, etc., que se hacen indispensables para la construcción de una sociedad mejor. Así, se recetan con detalle las posibilidades de acción de lxs individuxs. Con toda ésta herencia sacra, los fieles a los sacerdotes de la revolución se convierten en enemigos de la espontaneidad y la creación de una sociedad alterna al capitalismo, pues asumen como propios condicionamientos derivados de la estructura social de otra época, que desconocen evoluciones y cambios tanto en la praxis libertaria, como en el funcionamiento del sistema como tal.

Ni el pensamiento ni la praxis libertaria o anarquista deben convertirse en un “ismo” más. No se puede encasillar al anarquismo o a otras tendencias libertarias en modelos definidos y monolíticos de sociedades a construir, o de prácticas de destrucción sistémica. Es precisamente la sacralización y la depuración de un pensamiento purista lo que impide que, de forma paralela a la generación de presiones antisistémicas, se construyendo lógicas paralelas contrasistémicas, que deriven en la reconfiguración de las relaciones sociales, derribando las estructuras verticales, jerárquicas y heteronómicas que dominan la cotidianidad de lxs sujetxs hoy en día.

El problema de la necesidad

Además de definirse como negación frente a la cotidianidad consumista del capitalismo, las prácticas libertarias, en términos generales, se constituyen como respuesta a necesidades específicas a las que el sistema no puede o no quiere dar solución. Esto va desde carencias materiales hasta la constitución de espacios sociales alternativos y contrahegemónicos.

Sin embargo, considerando lo plantado por Marcuse, en la contemporaneidad el problema no debe ser la forma en la que se responde a esas necesidades desatendidas. Es imperativo replantear lo que se considera como necesidad, pues “lo que está en juego ahora son las necesidades mismas. En la etapa actual, la pregunta ya no es: ¿cómo puede satisfacer el individuo sus propias necesidades sin dañar a los demás?, sino más bien: ¿cómo puede satisfacer sus necesidades sin dañarse a sí mismo, sin reproducir, mediante sus aspiraciones y satisfacciones, su dependencia respecto a un aparato de explotación que, al satisfacer sus necesidades, perpetúa su servidumbre?” .

Las formas de control y de dominación que vemos en la actualidad se han transformado significativamente, y han pasado a un control directo sobre la vida de lxs individuxs, de su cotidianidad y de sus producciones simbólicas, a través de prácticas de normalización y de regularización de comportamientos y normas sociales.

La praxis libertaria tiene que ser consciente de este cambio, y de los desafíos que presenta a todo proyecto de construcción social alternativa. Estas iniciativas no pueden quedarse ni en purismos, ni en aislamientos, ni en esfuerzos truncados por realizaciones materiales que, pese a su éxito aparente, llenan a la praxis libertaria de un inmediatismo que impide la construcción de un proyecto profundo de destrucción y construcción.

Por una nueva consideración de la praxis libertaria


La lógica binaria, que tiene una amplia tradición en el pensamiento occidental, se encuentra en pleno apogeo al interior del folclor libertario que reivindica el legado decimonónico. No pretendemos desconocer la especificad de quienes plantearon un modelo de sociedad ácrata en ése tiempo. Es inconducente cuestionar la racionalidad moderna que moldeó sus mentalidades. Sin embargo, podríamos reivindicar un gran aspecto de sus postulados: la praxis, como acción consciente, direccionada y siempre contestataria, frente a condiciones de dominación, opresión y jerarquía. El aspecto antisistémico, entonces, debe ser combinado con formas contrasistémicas de organización social, para sintetizar esfuerzos en términos de pensamiento y acción, en la construcción de una nueva sociedad autónoma y horizontal.

Un ejemplo del funcionalismo antisistémico puede ser la visita de Elisée Reclus a la Nueva Granada, en la década de los cincuenta del siglo XIX. Ansioso por fundar colonias agrícolas autogestionarias, el geógrafo francés deambuló por el Caribe en búsqueda de un espacio que posibilitara la realización de su proyecto. En sus crónicas, realiza descripciones por el territorio que transita, ofreciendo predicciones sobre el potencial productivo de cada uno de los lugares que visita. La posibilidad de encontrar un nuevo orden en el mundo indígena no se encontraba en su horizonte. Su intención era la de fundar comunidades capaces de vivir al margen del capitalismo, y fracasó estrepitosamente.

Un grupo de anarquistas colombianos en los años setenta del siglo pasado son los herederos de éste fracaso. Su proyecto se pretendió realizar en el departamento del Chocó. Aunque no se sabe mucho de ésta experiencia, lo único que podemos afirmar es que al poco tiempo se devolvieron a la ciudad. En estos dos casos, persiste la idea de que lo anti se encuentra en la evasión. Un mundo nuevo se encuentra en lo viejo y se realiza en el vacío. Desde ésta perspectiva, muchas de las prácticas libertarias que podemos tener como referente pueden ser entendidas como parte de ése sistema que funcionaliza y normaliza. Por eso, nuestra propuesta es la de concebir un modelo de sociedad en la experiencia de lucha, y paralelo a la destrucción del capitalismo, y por ende, a todas las relaciones que ha establecido a partir de sus distintas jerarquías.

Nuestra propuesta aboga por una redefinición de la espontaneidad, pero no en su acepción convencional. Es necesario concebir una nueva espontaneidad, referida a una praxis que, en su ataque contra el sistema, combine formas de organización alternativa, que escape a las lógicas típicas del sistema y evite la funcionalización. La construcción de un proyecto social alternativo debe incluir una nueva forma de relación entre sus elementos, construyendo operaciones contrasistémicas y códigos comunicativos no convencionales. En últimas, lo anti y lo contra convergen en la construcción social que se da al mismo tiempo que el sistema se destruye.

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