viernes, 30 de marzo de 2007

Aborrezco la brutalidad

El doctor Benway ha sido llamado como consejero de la República de
Libertonia, un lugar dedicado al amor libre y los baños continuos.
Sus ciudadanos son equilibrados, conscientes, honrados, tolerantes y, por
encima de todo, limpios. Pero el hecho de acudir a Benway indica que no todo
anda bien tras esa higiénica fachada: Benway es un manipulador y coordinador
de sistemas simbólicos, un experto en todos los grados de interrogación,
lavados de cerebro y control. No habiá vuelto a ver a Benway desde
su precipitada marcha de Anexia, donde estaba a cargo de la D.T.: Desmoralización
Total. Su primera medida fue suprimir los campos de concentración,
las detenciones en masa y, excepto en algunas circunstancias especiales y
limitadas, la tortura.


– Aborrezco la brutalidad – dijo –. No es eficaz. Y además
los malos tratos prolongados, sin llegar a la violencia física, causan,
si se aplican adecuadamente, angustia y un especial sentimiento de culpa.
Han de tenerse bien presentes unas cuantas normas o, mejor, ideas directrices.
El sujeto no debe darse cuenta de que os malos tratos son un ataque deliberado
contra su identidad por parte de un enemigo anti-humano. Debe hacérsele
sentir que cualquier trato que reciba lo tiene bien merecido porque hay algo
(nunca preciso) horrible en él que le hace culpable. Los adictos al
control tienen que cubrir su necesidad desnuda con la decencia de una burocracia
arbitraria e intrincada, de manera tal que el sujeto no pueda establecer contacto
directo con su enemigo.


Todos los ciudadanos de Anexia fueron obligados a solicitar y llevar siempre
encima una carpeta entera de documentos. Los ciudadanos podían ser
interpelados por la calle en cualquier momento; y el Examinador, que podía
ir vestido de calle o con diversos uniformes, con frecuencia en traje de baño
o en pijama, otras veces desnudo completamente a no ser una insignia colgada
del pezón izquierdo, después de comprobar todos los papeles,
los sellaba. En la siguiente inspección, el ciudadano tenía
que enseñar los sellos correspondientes a la última inspección.
Si el Examinador detenía a un grupo numeroso se limitaba a comprobar
y sellar los documentos de unos pocos. A partir de entonces los otros podían
ser detenidos por no tener los papeles con los sellos correctos. La detención
tenía carácter provisional, es decir, que el prisionero sería
puesto en libertad cuando el Arbitro Adjunto de Explicaciones aprobase su
Atestado de Explicaciones, debidamente firmado y sellado, si lo aprobaba.
Dado que este funcionario rara vez aparecía por su despacho y el Atestado
de Explicaciones tenía que presentarse personalmente, los explicadores
se pasaban semanas y meses enteros esperando en oficinas heladas, sin sillas
ni servicios higiénicos.


Los documentos se rellenaban con tinta volátil, se volvían
papeletas de empeño caducadas. Constantemente se necesitaban nuevos
documentos. Los ciudadanos corrían de una oficina a otra en un frenético
intento de cumplir plazos imposibles.


Se hicieron desaparecer todos los bancos de plazas y parques, fueron desecadas
las fuentes, destruidos flores y árboles. En el tejado de las casas
de apartamentos (todos vivían en apartamentos), sonaban cada cuarto
de hora una sirenas tremendas. A menudo las vibraciones arrojaban a la gente
de la cama. Grandes reflectores barrían la ciudad toda la noche (estaba
rigurosamente prohibido usar persianas, cortinas, contraventanas o postigos).


Nadie miraba a nadie por miedo a las estrictas leyes que castigaban todo
intento de molestar a otro, con o sin palabras, con cualquier propósito,
sexual o no sexual. Cafés y bares estaban cerrados. Se necesitaba un
permiso especial para comprar bebidas alcohólicas, y el licor así
obtenido no podía ser vendido, regalado ni transferido a ninguna otra
persona, y la presencia de cualquier otro en la habitación se consideraba
prueba concluyente de tentativa de transferir alcohol.


Nadie estaba autorizado a cerrar la puerta con cerrojo, y la policía
tenía llaves maestras de todas las habitaciones de la ciudad. Acompañados
por un mentalista, irrumpían en las casas y se ponían "a
buscarlo".

Fragmento de "Naked Lunch" de William Burroughs

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