domingo, 21 de octubre de 2007

EL VOTO Y EL SUFRAGIO UNIVERSAL

“¡Los anarquistas no votan!”
Con cierta frecuencia escuchamos esta afirmación.
¿Es verdadera?

EL VOTO
Veamos primero qué es votar.

I. El voto es un procedimiento que permite expresar una
opinión o una voluntad. Según la etimología latina,
votum es el participio pasado de vovere: invocar (Littré),
hacer voto de, dar o negar el propio voto. Votar es dar
la propia voz al cabildo (en las antiguas cofradías religiosas).
Se puede votar de diferentes modos, como por
ejemplo por órdenes o por cabeza. El sufragio, o voto,
es un método que sirve habitualmente para extraer una
mayoría (relativa, simple, de 3/4, etc.) No tiene sentido
más que en los casos en que se puede considerar que la
existencia de una opinión mayoritaria es pertinente a la
cuestión.

II. Votar, entonces, es dar una opinión (en sentido amplio)
sobre algo o sobre alguien, en general para constituir
una mayoría. Dar el propio voto puede servir en una
deliberación o en una elección: en este último caso, esto
permite elegir (las palabras electio y eligere significan
elección y elegir) entre dos o varias personas que se postulan
para un cargo institucional. También se puede utilizar
el voto para eligere una estrategia o, mejor incluso,
para afirmar o negar un punto de vista.

III.El voto sirve para delimitar una mayoría, es cierto,
¿pero para qué sirve una “mayoría”? Seguramente no
para tener razón. Pero allí donde las opiniones
divergen acerca de cuestiones de oportunidad o de
táctica, allí donde los argumentos no son convincentes
–e incluso, una vez más, no se trata de cuestiones
de principios o valores– por ejemplo, para decidir qué
día se lanza una huelga o para saber si se está o no de
acuerdo para hacer un número especial de una revista,
la decisión por mayoría se convierte en un procedimiento
útil.

IV. Para los anarquistas, entonces, es preciso considerar el
voto en relación con la pertinencia de una mayoría.

Primero: La ley de la mayoría propia a la democracia
directa o indirecta (fácilmente criticable y criticada a
nivel de la filosofía política del anarquismo) no es una
“ley” que se impone a los anarquistas: toda toma de
decisión, todo compromiso debe ser libremente adquirido
o aceptado.

Segundo: El libre acuerdo excluye la mayoría formal obtenida
por un voto. Innumerables decisiones, situaciones,
circunstancias, escapan al recurso a una mayoría
cualquiera. La “mayoría” de personas, la mayoría en
una asamblea, no conoce la verdad, ni puede pretender
tener razón, no sabe ni mejor ni peor que yo, o que usted,
o que ustedes, lo que es necesario hacer (se puede
decir que una asamblea de sabios tiene la inteligencia
del más débil de sus miembros).

Tercero: En materia de valores, de “principios”, de conocimientos,
pedir que se tome una decisión “por mayoría”
es una inepcia.
Me niego a participar en una votación en donde fuera necesario
decidir si la libertad es preferible a la esclavitud, o si la
teoría inmunológica de la “selección clonal” es verdadera.
Pero si se trata de encrucijadas estratégicas grupales, si es
preciso emprender actividades comunes, si hace falta ponerse
de acuerdo para elegir una orientación más que otra –y yo,
como individuo, no pienso que esta elección afecte mis valores
(mis principios)– puedo muy bien aceptar como método útil la
participación en una decisión tomada por mayoría.

Corolario: en un grupo anarquista o en una asamblea, si en
conjunto se decidió recurrir a una decisión por mayoría, y si
personalmente acepto participar en la votación, entonces me
atengo a la decisión mayoritaria (lo cual es una regla de responsabilidad
ética).

Fragmento de "La voluntad del pueblo" de Eduardo Colombo

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