lunes, 1 de octubre de 2007

Apenas 24 Kilos

El sábado murió Rosa Molina, la indígena toba que se convirtió en símbolo de la marginación social de su pueblo. Murió en La Plata, donde había sido llevada hace diez días para tratar de salvar su cuerpo, de apenas 24 kilos, que ya no resistía. Murió, rodeada de familiares, de un paro cardíaco por las muchas complicaciones de su cuadro de desnutrición. Tenía 56 años y con ella son quince los indígenas tobas que mueren de hambre en los últimos meses.



Investigadores de la Universidad de Rosario resumen la tragedia indígena en Argentina: “Hace años los vemos morir día a día, pero en los 90 la tragedia aumentó con el avance de compañías que se apoderan del territorio, cercan a pueblos enteros con sus cementerios y escuelas. Se apoderan del pasado y del futuro de los pueblos que agonizan, porque en realidad nunca ha habido una política indigenista en Argentina. El genocidio del general Julio Argentino Roca en el sur del país, a finales del siglo XIX, sigue considerándose una epopeya heroica. La campaña (o conquista) del desierto, le llamaron. Consideraban a los indígenas subhumanmos, sin alma decían, así que los mataban sin piedad”.

El hijo de Rosa Molina se enteró por la prensa de la situación de su madre y fue a buscarla para salvarle la vida, pero murió en La Plata, provincia de Buenos Aires.

Varios dirigentes indígenas chaqueños hicieron un llamado para que se cumpla el fallo de la Corte Suprema, que exhortó a los gobiernos nacional y provincial a cumplir la sentencia de proveer alimentos y toda la asistencia necesaria a las comunidades.

La Corte Suprema habló de “exterminio” y “genocidio” indígena, en un fallo histórico e inédito que sin duda sentará jurisprudencia.

“Nuestros hermanos han vuelto a huir por lo que queda de las selvas, como en los tiempos del colonialismo y por eso hemos denunciado alguna vez que desde hace años estamos viviendo un Vietnam aquí, ya que también nos envenenan el aire y el agua”, dijo Ramón, de la etnia Wichi, quien vive en Salta, al noroeste del país.

Tardó mucho para llegar todo esto a la corte, porque, como dijeron los dirigentes tobas a La Jornada, en los barrios pobres de Santa Fe y Rosario “la muerte nos viene corriendo desde hace más de 500 años”.

En los recorridos por las viviendas –en realidad es imposible llamar viviendas a los lugares donde apenas se resguardan del sol– se encontraron con decenas de enfermos de tuberculosis y mal de chagas. “Sólo queda esperar la muerte a la intemperie, y eso no podemos aceptarlo”, señaló Ramón, toba del Chaco.

Ahora tienen una luz de esperanza con la acción de la Corte Suprema, pero eso no basta. Esperan que todas las organizaciones sociales y humanitarias de Argentina detengan este nuevo genocidio.

El pasado 10 de septiembre, al enterarse de lo que estaba sucediendo, miembros de la comunidad Selva en el Chaco decidieron reunir alimentos y ropas para llevar a las comunidades en riesgo.

Entre ellos estaban Juan José Marozzi y Jacinto Velásquez, quienes relataron a un medio de información alternativo de la región que vieron niños, hombres y mujeres “esqueléticos”, enfermos, que sobreviven en la intemperie.

En 1995 las tierras fiscales chaqueñas ocupaban 3 millones de hectáreas, ahora son menos de 500 mil, y cada vez se arrincona más a las comunidades.

Pero no sólo en el Chaco. La investigadora Ana Zamudio trató de hacer un mapa ajustado de las comunidades, en las que mapuches, wichis, kollas, guaraníes y tobas son mayoritarias. Se habla de que han resistido entre 24 y 27 etnias, algunas con apenas unos centenares de sobrevivientes en el país. Poco más de un millón, calculan estudios más serios, y casi la mitad son pobres y viven en arrabales de las grandes ciudades.

“Los hijos del viento, del fuego, de la tierra están muriendo sin hablar, sin voz, porque las hambres cortan las voces” dijo don Ramón, quien pidió a continuación que “ya se despierten los que por comodidad o indiferencia también nos matan”.

(De Stella Calloni para La jornada)

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