Declaraciones al jurado de los Mártires de Chicago V
"¡La fiesta del trabajo! ¿Qué significa eso? ¿Por qué ha de regocijarse el trabajador que brega para que otros descansen y produce para que otros disfruten del beneficio? A los dueños de fábricas y de haciendas, a los monopolizadores del capital y de la tierra, a los que se llaman industriales porque ejercen el arte de enriquecerse con el sudor y la sangre de sus prójimos, a solamente ellos les cumpliría organizar manifestaciones callejeras, empavesar edificios, prender cohetes y pronunciar discursos. Sin embargo el obrero es quien hoy se regocija y se congratula, sin pensar que la irónica fiesta del trabajo se reduce a la fiesta de la esclavitud.
En el comienzo de las sociedades, cuando la guerra estallaba entre dos grupos, el vencedor mataba inexorablemente al vencido; más tarde, le reducía a la esclavitud para tener en él una máquina de trabajo; después cambió la esclavitud por la servidumbre; últimamente, ha sustituido la servidumbre por el proletariado. Así que esclavitud, servidumbre y proletariado son la misma cosa, modificada por la acción del tiempo. Si en todas las naciones pudiéramos reconstituir el árbol genealógico de los proletarios, veríamos que descienden de esclavos o de siervos, es decir, de vencidos."
Manuel González Prada (1º de Mayo de 1907)
LUIS LlNGG
Nota biográfica:
Nació en Mannheim (Alemania), el 9 de septiembre de 1864. Su padre trabajaba en maderas de construcción y su madre era lavandera. Luis recibió su educación en las escuelas públicas de su pueblo natal. La manera como las primeras sombras de la vida empezaron a obscurecer el horizonte del entonces niño, las referió él mismo del modo siguiente:
Mi primera juventud se deslizó feliz, hasta que una desgracia ocurrida a mi padre produjo tal cambio en nuestra posición, que muchas veces el hambre y la necesidad fueron huéspedes implacables de nuestro hogar. Sólo los titánicos esfuerzos de mi pobre madre hicieron que sus visitas no fueran diarias. Tratando de recuperar un tablón que se había deslizado sobre la helada superficie del río, se rompió la capa de hielo y mi padre desapareció de pronto en las aguas, costando grandes dificultades ponerlo a salvo. Este accidente destruyó su salud y amenguó su capacidad para el trabajo. En vista de esto, sin duda, su noble patrono le redujo el salario, aunque ya hacía doce años que mi padre le trabajaba lealmente, y por último le despidió, diciéndole que el negocio iba en decadencia. Así, cuando apenas tenía yo trece años, recibí las primeras impresiones de la injusticia de las instituciones sociales reinantes, es decir, la explotación del hombre por el hombre, observando lo que pasaba en mi propia familia. No me pasaba inadvertido que el burgués -patrón de mi padre- se hacía cada vez más rico, a pesar de la vida dispendiosa que llevaba, mientras que mi padre, que había contribuido a formar aquella riqueza, sacrificando su salud, fue abandonado como un instrumento ya inútil. Todo esto arraigó en mi ánimo el germen de amargura y odio a la sociedad presente, y este odio se hizo más intenso a mi entrada en el palenque industrial.
Lingg aprendió el oficio de carpintero, y después del tradicional aprendizaje de tres años (en Alemania), viajó por el sur de aquella nación y luego por Suiza, trabajando dondequiera que se le presentaba ocasión. No tardó en enterarse de las doctrinas socialistas, que aceptó con entusiasmo.
En 1885 llegó a América. No quería someterse al servicio militar en Alemania, y por eso no se consideró seguro en Suiza. En Chicago obtuvo trabajo en su oficio, y pronto ingresó en la asociación en que tanto distinguió por su actividad organizadora. Pudo con noble orgullo envanecerse de que la sociedad a que pertenecía saliera sin menoscabo de sus fuerzas del movimiento por las ocho horas en mayo de 1886.
Discurso:
Me concedéis, después de condenarme a muerte la libertad de pronunciar un último discurso.
Acepto vuestra concesión, pero solamente para demostrar las injusticias, las calumnias y los atropellos de que se me ha hecho víctima.
Me acusáis de asesino; ¿y qué prueba tenéis de ello?
En primer lugar, traéis aquí a Seliger para que deponga en mi contra. Dice que me ha ayudado a fabricar bombas y yo he demostrado que las bombas que tenía las compré en la Avenida de Clybourne, Nº 58. Pero lo que no habéis probado aún con el testimonio de ese infame comprado por vosotros, es que esas bombas tuvieran alguna conexión con la de Haymarket.
Habéis traído aquí también a algunos especialistas químicos, y éstos han tenido que declarar que entre unas y otras bombas había diferencias tan esenciales como la de una pulgada larga en sus diámetros.
Esa es la clase de pruebas que contra mí tenéis.
No; no es por un crimen por lo que nos condenáis a muerte; es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía; y puesto que es por nuestros principios por lo que nos condenáis, yo grito sin temor: ¡Soy anarquista!
Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿Y que significan la ley y el orden? Sus representantes son los policías, y entre éstos hay muchos ladrones. Aquí se sienta el Capitán Schaack. El me ha confesado que mi sombrero y mis libros habían desaparecido de su oficina, sustraídos por los policías. ¡He ahí vuestros defensores del derecho de propiedad!
Mientras yo declaro francamente que soy partidario de los procedimientos de fuerza para conquistar una vida mejor para mis compañeros y para mí, mientras afirmo que enfrente de la violencia brutal de la policía es necesario emplear la fuerza bruta, vosotros tratáis de ahorcar a siete hombres apelando a la falsedad y al perjurio, comprando testigos y fabricando, en fin, un proceso inicuo desde el principio hasta el fin.
Grinnell ha tenido el valor, aqui donde no puedo defenderme, de llamarme cobarde. ¡Miserable! Un hombre que se ha aliado con un vil, con un bribón asalariado, para mandarme a la horca. ¡Este miserable, que por medio de las falsedades de otros miserabies como él trata de asesinar a siete hombres, es quien me llama cobarde!
Se me acusa del delito de conspiración. ¿Y cómo se prueba la acusación? Pues declarando sencillamente que la Asociación Internacional de Trabajadores tiene por objeto conspirar contra la ley y el orden. Yo pertenezco a esa Asociación, y de esto se me acusa probablemente. ¡Magnífico! ¡Nada hay difícil para el genio de un fiscal!
Yo repito que soy enemigo del orden actual, y repito también que lo combatiré con todas mis fuerzas mientras aliente. Declaro otra vez franca y abiertamente que soy partidario de los medios de fuerza. He dicho al Capitán Schaack, y lo sostengo, que si vosotros empleáis contra nosotros vuestros fusiles y vuestros cañones, nosotros emplearemos contra vosotros la dinamita. Os reís probablemente, porque estáis pensando: Ya no arrojarás más bombas. Pues permitidme que os asegure que muero feliz, porque estoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he hablado recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcados ellos harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡AHORCADME!
En el comienzo de las sociedades, cuando la guerra estallaba entre dos grupos, el vencedor mataba inexorablemente al vencido; más tarde, le reducía a la esclavitud para tener en él una máquina de trabajo; después cambió la esclavitud por la servidumbre; últimamente, ha sustituido la servidumbre por el proletariado. Así que esclavitud, servidumbre y proletariado son la misma cosa, modificada por la acción del tiempo. Si en todas las naciones pudiéramos reconstituir el árbol genealógico de los proletarios, veríamos que descienden de esclavos o de siervos, es decir, de vencidos."
Manuel González Prada (1º de Mayo de 1907)
LUIS LlNGG
Nota biográfica:
Nació en Mannheim (Alemania), el 9 de septiembre de 1864. Su padre trabajaba en maderas de construcción y su madre era lavandera. Luis recibió su educación en las escuelas públicas de su pueblo natal. La manera como las primeras sombras de la vida empezaron a obscurecer el horizonte del entonces niño, las referió él mismo del modo siguiente:
Mi primera juventud se deslizó feliz, hasta que una desgracia ocurrida a mi padre produjo tal cambio en nuestra posición, que muchas veces el hambre y la necesidad fueron huéspedes implacables de nuestro hogar. Sólo los titánicos esfuerzos de mi pobre madre hicieron que sus visitas no fueran diarias. Tratando de recuperar un tablón que se había deslizado sobre la helada superficie del río, se rompió la capa de hielo y mi padre desapareció de pronto en las aguas, costando grandes dificultades ponerlo a salvo. Este accidente destruyó su salud y amenguó su capacidad para el trabajo. En vista de esto, sin duda, su noble patrono le redujo el salario, aunque ya hacía doce años que mi padre le trabajaba lealmente, y por último le despidió, diciéndole que el negocio iba en decadencia. Así, cuando apenas tenía yo trece años, recibí las primeras impresiones de la injusticia de las instituciones sociales reinantes, es decir, la explotación del hombre por el hombre, observando lo que pasaba en mi propia familia. No me pasaba inadvertido que el burgués -patrón de mi padre- se hacía cada vez más rico, a pesar de la vida dispendiosa que llevaba, mientras que mi padre, que había contribuido a formar aquella riqueza, sacrificando su salud, fue abandonado como un instrumento ya inútil. Todo esto arraigó en mi ánimo el germen de amargura y odio a la sociedad presente, y este odio se hizo más intenso a mi entrada en el palenque industrial.
Lingg aprendió el oficio de carpintero, y después del tradicional aprendizaje de tres años (en Alemania), viajó por el sur de aquella nación y luego por Suiza, trabajando dondequiera que se le presentaba ocasión. No tardó en enterarse de las doctrinas socialistas, que aceptó con entusiasmo.
En 1885 llegó a América. No quería someterse al servicio militar en Alemania, y por eso no se consideró seguro en Suiza. En Chicago obtuvo trabajo en su oficio, y pronto ingresó en la asociación en que tanto distinguió por su actividad organizadora. Pudo con noble orgullo envanecerse de que la sociedad a que pertenecía saliera sin menoscabo de sus fuerzas del movimiento por las ocho horas en mayo de 1886.
Discurso:
Me concedéis, después de condenarme a muerte la libertad de pronunciar un último discurso.
Acepto vuestra concesión, pero solamente para demostrar las injusticias, las calumnias y los atropellos de que se me ha hecho víctima.
Me acusáis de asesino; ¿y qué prueba tenéis de ello?
En primer lugar, traéis aquí a Seliger para que deponga en mi contra. Dice que me ha ayudado a fabricar bombas y yo he demostrado que las bombas que tenía las compré en la Avenida de Clybourne, Nº 58. Pero lo que no habéis probado aún con el testimonio de ese infame comprado por vosotros, es que esas bombas tuvieran alguna conexión con la de Haymarket.
Habéis traído aquí también a algunos especialistas químicos, y éstos han tenido que declarar que entre unas y otras bombas había diferencias tan esenciales como la de una pulgada larga en sus diámetros.
Esa es la clase de pruebas que contra mí tenéis.
No; no es por un crimen por lo que nos condenáis a muerte; es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía; y puesto que es por nuestros principios por lo que nos condenáis, yo grito sin temor: ¡Soy anarquista!
Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿Y que significan la ley y el orden? Sus representantes son los policías, y entre éstos hay muchos ladrones. Aquí se sienta el Capitán Schaack. El me ha confesado que mi sombrero y mis libros habían desaparecido de su oficina, sustraídos por los policías. ¡He ahí vuestros defensores del derecho de propiedad!
Mientras yo declaro francamente que soy partidario de los procedimientos de fuerza para conquistar una vida mejor para mis compañeros y para mí, mientras afirmo que enfrente de la violencia brutal de la policía es necesario emplear la fuerza bruta, vosotros tratáis de ahorcar a siete hombres apelando a la falsedad y al perjurio, comprando testigos y fabricando, en fin, un proceso inicuo desde el principio hasta el fin.
Grinnell ha tenido el valor, aqui donde no puedo defenderme, de llamarme cobarde. ¡Miserable! Un hombre que se ha aliado con un vil, con un bribón asalariado, para mandarme a la horca. ¡Este miserable, que por medio de las falsedades de otros miserabies como él trata de asesinar a siete hombres, es quien me llama cobarde!
Se me acusa del delito de conspiración. ¿Y cómo se prueba la acusación? Pues declarando sencillamente que la Asociación Internacional de Trabajadores tiene por objeto conspirar contra la ley y el orden. Yo pertenezco a esa Asociación, y de esto se me acusa probablemente. ¡Magnífico! ¡Nada hay difícil para el genio de un fiscal!
Yo repito que soy enemigo del orden actual, y repito también que lo combatiré con todas mis fuerzas mientras aliente. Declaro otra vez franca y abiertamente que soy partidario de los medios de fuerza. He dicho al Capitán Schaack, y lo sostengo, que si vosotros empleáis contra nosotros vuestros fusiles y vuestros cañones, nosotros emplearemos contra vosotros la dinamita. Os reís probablemente, porque estáis pensando: Ya no arrojarás más bombas. Pues permitidme que os asegure que muero feliz, porque estoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he hablado recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcados ellos harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡AHORCADME!
Etiquetas: Conmemoraciones
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